26 febrero 2007

Chiang Mai

Tras casi 5 meses en Tailandia, cualquiera que eche un vistazo al mapa índice, y vea todos los puntitos rojos acumulados al sur del país podrá ver cuales son mis preferencias en cuanto a playa o montaña. El norte es precioso, todo el mundo me lo decía: montañas, selvas, tribus, cascadas... pero yo siempre he sido más de tumbarme en la arena caliente y no hacer absolutamente nada. De todas formas, ya iba siendo hora de conocer algo más.



Así, aprovechando que Toni y Fran seguían por el país, y que hasta ahora ya habían conocido mercados, templos, playas y la noche de la gran ciudad (¡la carrera de tuk-tuks camino del “ping pong” será difícil de olvidar!), el viernes por la tarde nos fuimos juntos para Chiang Mai.



Chiang Mai es la ciudad más importante del norte del país con algo menos de 200.000 habitantes, muy habitual en los paquetes turísticos, con casi un milenio de historia, amurallada, y protagonista de decenas de disputas entre Tais y Birmanos. Es una ciudad tranquila (todo lo contrario que Bangkok), todo sucede en ella a ritmo pausado (hasta los tuk-tuk van despacio), y está salpicada de templos budistas (hasta 300).



A esto último dedicamos nuestro primer día. Llegamos a primera hora de la tarde, con todavía bastantes horas de luz por delante. Acordamos un precio para hacer visita relámpago a unos cuantos puntos de interés y para finalmente acabar en el mercado nocturno.



Nunca he sido muy amigo de mercadillos y mercados, ni en España, ni en Bangkok, ni en Chang Mai. Soy más de ir a por algo que tengo pensado comprar, cogerlo e irme. Pero claro, no contaba con el clan de Almería, capaces de pararse en cada puestecillo, probarse cada pulsera, cada reloj, cada camiseta o pantalón,... hasta tal punto que cuando ya bastante de noche, el Toni iba a por su tercer reloj, y se había comprado hasta una mochila (el decía que para el gimnasio, pero yo creo que era para guardar las compras), vimos claro que había que pararle, sacarle de ahí. Fue duro, pero lo conseguimos, y sólo a cambio de prometerle una cerveza en las terrazas junto al río.



A mañana siguiente (pegaría decir que con la fresca, pero no fue así, eran casi las 10 de la mañana y rondaríamos los 30 grados) nos montamos en un pick-up (me tocó en el remolque, viajecito de dos horas) camino de la montaña. Teníamos por delante una excursión de dos días.



Tras la comida, empezó la caminata. Eran las dos de la tarde, y el calor era tremendo. Esta no es la idea de bosque tropical que yo tenía en la cabeza y que había visto en Borneo. Ambiente seco, asfixiante, hojas secas por el suelo, y el sol pegando fuerte en nuestras cabezas, ya que el bosque, de bambú pero sin osos pandas, no terminaba de cerrarse. Al ganar altitud, el calor bajó un poco, y tras unas cuantas paradas, algunos momento de refresco en alguna fuente o cascada, y más de cuatro horas desde el comienzo, llegamos a la cumbre, donde se encontraba el poblado Lahu donde pasaríamos la noche.



El poblado era más o menos lo que uno puede tener en la cabeza, con sus cabañas de madera de bambú, sus tejados de paja, uno o dos metros por encima del suelo, sujetas por pilares,... y con todos los animales (sobre todo cerdos, perros y pollos) correteando por debajo y los alrededores.



Por la noche, pues casi como en un campamento... pero con masaje, Sangsom (desde diciembre, que me di cuenta de que no daba resaca ¿?, compañero inseparable ;p) y opio (si señor, eso que ha provocado y provoca guerras desde Afganistán a Vietnam, pasando por ejemplo por Birmania y Tailandia). Unas canciones de los niños del poblado, los juegos de magia de Ye-Ye, nuestro guía, la charla con nuestros compañeros de caminata, y unas partidas de cartas nos condujeron a la cama... o al colchón, ya que no era más que eso.



Por la mañana se nos presentaba un día completito. Comenzó el descenso de la montaña, con Antonio quejándose de sus dolores de piernas. Mismo escenario que el día anterior, pero al menos era bastante más pronto, y todavía no pegaba demasiado. Justo cuando empezaba a apretar alcanzamos una cascada, ideal para refrescarnos, y seguir el camino, ahora mucho más agradable, paralelo a un pequeño río.





Y por fin llegamos a la granja de elefantes. No es que precisamente se le subiese a uno la adrenalina montado en el animal, pero era gracioso, y bueno, tras cinco meses en el país de los elefantes, ya era hora de montar en uno. Fue una paseillo de casi una hora, lo justo para acabar con el culo cuadrado del asiento y del traqueteo del animal, y de darle para comer unos cuantos plátanos que iba buscando con la trompa. Gracioso.



Tras ello, y hacer un poco de rafting por un río y otro paseo en una barca de bambú, dieron por concluidas las actividades “extraescolares” del fin de semana. Nos cambiamos, volvimos a Chiang Mai con tiempo suficiente para dar un tranquilo paseo nocturno, previo a la vuelta a la capi.



Al día siguiente, lunes, se me fue la primera visita. Fueron unos cuantos días, pero entre curro y tal siempre parece poco. De todas formas, aunque sea en los ratos libres y los fines de semana, creo que ha dado de sí bastante, ¿verdad?... y que ilusión me ha hecho tenerte por aquí!!! Un abrazo Toni, recuerdos para Fran y Cía.

19 febrero 2007

Krabi

Mi primera visita a Krabi, hace ya dos o tres meses, fue de apenas 24 horas, para coger el avión a la vuelta de Ko Muk. En ese viaje nos dio tiempo a acercarnos a sus playas, donde pude comprobar que estaba posiblemente ante uno de los lugares más bonitos del país.



De fácil acceso, muy turístico, quizás más caro que otros sitios, pero el escenario es algo que está ahí, y no se puede cambiar: acantilados enormes, vegetación tropical, islas paradisíacas, peñones calizos que surgen del agua totalmente verticales, agua cristalina, manglares... eso se puede encontrar uno en Krabi. No se como estando Krabi y alrededores, Phuket recibe más turistas... bueno, como he salido de fiesta por Phuket quizás se el motivo...



Ya entonces supe que volvería, y lo vi como un lugar ideal para visitas. Antonio llevaba casi una semana comprando chucherías por Bangkok y alrededores, y era el momento de que viera algo más. Así se fue para allá con sus amigos de Almería, y al día siguiente llegamos una variada representación de krungteperos, unas amigas de Pablo que andaban de visita, o unas argentinas que habían perdido sus maletas y fueron “rescatadas” en el aeropuerto (caballeros españoles), así hasta 16. Desde el fin de año en Phuket no había viajado con un grupo tan grande. Probablemente no es lo mejor para hacer turismo, pero de vez en cuando, para un finde en plan fiesta, cuando hay buen ambiente... y además chicas guapas en el lote, siempre es divertido.





Llegamos a la playa de Ao Nang con todavía cuatro horas de luz, tiempo suficiente para dejar el equipaje en nuestros Bungalow, cambiarnos, probar el agua y hacer un poquito de hambre para la cena. Y tras la cena lo habitual: bares, karaokes, Sangsom, y discoteca... pero esta vez con la compañía de Antonio, recordándonos las típicas aventurillas de Bélgica que nos hemos contado miles de veces, y que nunca me canso de escuchar ni de contar.



A la mañana siguiente directos a la playa con la intención de coger un par de barcas. Como casi siempre en Tailandia, cualquier cosa que implique un intercambio (bienes o servicios) debe ser negociada, o regateada. El problema: nosotros tenemos sólo unas horas en determinado mercado, o queremos irnos a casa en un momento concreto, o tenemos sólo un fin de semana en la playa. Este último era nuestro caso, sólo tenemos 48 horas de fin de semana, mientras ellos, tanto el vendedor, como el taxista, como el barquero, tienen todo el tiempo del mundo. Partimos con esa pequeña desventaja.



Y con esa desventaja tenemos las de perder, no dinero, pero si tiempo. Y cuando es un viaje de fin de semana, y hemos regateado en los 4 taxis que hemos cogido, en los 6 tuk-tuk, en el alojamiento, en las camisetas, en la agencia de viajes, en la botella de whisky tai en la disco, en la barca,... te das cuenta de que 1/3 del tiempo se nos ha ido regateando. Es así, lo sabemos. Pero en un grupo, más a menudo cuanta más gente, siempre hay alguién (a veces soy yo, ¡por supuesto!) que en un determinado momento se siente especialmente inspirado u ofendido, y es capaz de luchar hasta el último Bath. Mientras, los demás miran con cara de desesperados para que acepte de una vez un precio. Lo malo es que cuando uno está metido en la disputa, puede ser muy entretenido.



Así, agotados por la negociación, y con una hora menos de luz, cogimos un par de barcas, y nos fuimos de paseo por la “isla del pollo” y otras cercanas, con paradas en varias playas y tiempo para echarse al agua con las gafas y el tubo. Pequeños paraísos.



Tras el día de excursión, el plan para el domingo fue mucho más relajado. Unas barcas nos llevaron a la península de Rayley, y entre la playa y la laguna se nos pasó el día. Ya de noche, en plena tormenta, vuelta al aeropuerto, cenar un “pad tai” del puesto del Soi 11, y a dormir boca abajo, que soy de la vieja escuela, y todavía pienso que para ponerme moreno lo mejor es quemarme primero.



Y la verdad, no se si es que es lunes, si es que acabo de llegar de viaje, pero además de cansado me encuentro super espeso, así que me parece a mí que mejor voy a dejarlo aquí. Porque no quiero aburrir a nadie, lo siento :-)


04 febrero 2007

Nakhon Si Tammarat

Esperaba un finde bastante tranquilo, con playas paradisíacas y poco falang. Y en su mayor parte fue así, quizás fallaron un poco las playas (leyendo la lonely me había hecho muchas ilusiones) y también el tiempo, pero es que como habitualmente, acostumbramos a comprar billetes antes de consultar el clima de la zona. Total, que nos presentamos en Kanom, un pequeño pueblo al norte de la provincia de Nakhom Si Tammarat al final de la estación lluviosa. El cielo nublado y el mar revuelto nos acompañaron en casi todo momento, y cuando uno está en la playa, por bonita que sea, siempre lo será mucho más con un sol radiante y con agua cristalina.



Parece que me estoy quejando, el finde fue muy entretenido, diferente, y como siempre, tras haber pasado el anterior en Bangkok siempre apetecía salir. Sobre las once de la noche del viernes llegamos al pueblo, y nos alojamos en el “One More Beer”, curioso nombre para un hostal.



Llegamos tarde, pero con las suficientes fuerzas como encargar una caja de cervezas (el bar cerraba ya), sacar la baraja (estamos descubriendo que Heraclio no debe faltar en nuestros viajes: enlazando con lo que decía en el anterior capítulo, es lo mismo estar en Pucela que en Nakhon Si Tammarat), y pasarnos hasta las tantas de la mañana jugando a una especie de mentiroso modificado. Allí, iluminados con unas lámparas de aceite, Tiger tras Tiger, mano tras mano, Luis, Edu, Javi alias “El Ministro” y el que escribe. Cansados de cerveza, y envalentonados por la oscuridad, hicimos un pequeño conato de tomar prestadas algunas bebidas del bar. Por suerte la consciencia de alguno hizo devolver todo a su lugar, y es que coño, ¡teníamos pensado estar en ese sitio todo el finde!.



Más tarde de lo previsto nos levantamos. Un bañito en la playa para despejarse, y a hacer un poco de turismo. La provincia es bastante montañosa, y por la zona hay muchas cascadas, así que nos acercamos a una de ellas. Estuvo bien, subiendo un arroyo, y adentrándonos en la selva, llegamos a ellas. Está bien cambiar el agua dulce por la salada de vez en cuando, y estando en esta zona siempre existe la posibilidad de ver algún bichejo de peligrosidad desconocida. Para tranquilidad de mi familia y amigos diré que la mano es la del Ministro :-)





Tras abandonar la cascada, dejamos la selva, y la carretera nos condujo a través de una plantación de cocoteros. Ocasión perfecta para parar. Las que allí trabajaban nos ofrecieron amablemente coco hasta aburrirnos, y es que no hay nada como adentrase en la Tailandia profunda para conocer a la gente. El país de las sonrisas le llaman, y no es debido a Patpong y a Pattaya.





Y tras la excursión de interior, vuelta a la playa. Siguiendo una estrecha carretera llena de curvas paralela a la costa, llegamos a una pequeña playita. Había un restaurante y algunas mesas, pero estábamos sólo nosotros, y eso que era sábado. Tampoco podemos olvidar que en esos instantes, a pocos kilómetros de allí, en la isla de Pan Gan, se estaba celebrando la Fiesta de la Luna LLena, probablemente la rave más famosa del sudeste asiático, que congrega a miles de personas de Asia, Europa y América. Y nosotros allí, solos, en nuestra playita, con los cocoteros que llegaban hasta la arena, dándonos algún baño y dejando pasar la tarde.



Ya de noche, tras hacer una incursión en el pueblo para conocer sus "karaokes", vuelta al “One More Beer” (no me cansaré de decirlo, vaya nombre para un hostal), a las Tiger, a los platos de anacardos, y a las cartas.



El domingo, tras un buen rato de playa, llegó el momento de volver a Nakhon, donde dejaríamos pasar la tarde hasta la hora de salida de nuestro avión.



Me espera una semana tranquila, recuperando fuerzas, para recibir el próximo domingo mi primera visita. Si hubiese tenido que apostar por quién sería el primero en venir desde España dudaría entre dos, y efectivamente ha sido uno de ellos: ¡Toni nunca fallas!... mi otro candidato viene en Abril.