16 septiembre 2007

Hong Kong

Hong Kong o Singapur para un turista pueden ser exactamente lo mismo. Son ese tipo de ciudad al que puedes ir a pasar un fin de semana, poner la bandera, y volver satisfecho de haber visto otro país, para poder luego vacilar a tus colegas con tu mapita petado de crucecitas. Es así. Es un poco como lo de los americanos en la Luna, van una vez, ponen la bandera, tiran unas fotos, se las enseñan a los rusos, y no se sabe porqué no vuelven en los siguientes 40 años (por eso yo cada vez me fío más de la teoría del Mirlo Rojo de JJ Benítez).


Yo por mi parte, en Hong Kong, ni me encontré una civilización perdida, ni tiré bombas atómicas, ni nada de eso. Pero como si de un buen americano, he puesto mi bandera-crucecita, y enseño las fotos a mis rusos-colegas. Pero como soy bastante modesto, nunca diré que he estado en China.


Mi último viaje internacional. De fin de semana, con billete comprado a última hora, pero con la satisfacción de cumplir con un destino al que tenía planeado ir más o menos desde el principio. La cuna de Bruce Lee y Jackie Chan.



Hong Kong es como cualquier otra gran ciudad de la Asia capitalista gracias al modelo “un país, dos sistemas”, aplicado tras la devolución de la colonia por parte de los británicos en 1997. Con las particularidades por su puesto que le dan su mayoría de población china, el inglés como lengua oficial, una herencia cultural británica tras muchos decenios de control, y un enorme liberalismo económico. A parte, y debido a lo anterior, la tecnología novedosa y barata, aunque ya no tanto.

Evidentemente hay más dinero, más rascacielos, más contaminación (dos días sin ver el Sol cubierto por una nebulosa), más ambiente occidental que en Bangkok o Kuala, no mucho más que en Singapur. Pero en cuanto bajas la vista de la línea de rascacielos, dicen que la más bonita del mundo, y miras al frente, al nivel de la calle, vuelves a Asia. A los fideos, a los olores, al pato laqueado colgando tras la cristalera de los restaurantes, a los mercadillos, a los puestos de pescado seco, y a los lujosos centros comerciales en las calles principales llenas de “chinitas” vestidas de colegialas.



Un fin de semana, dos noches, en los que me dio tiempo tanto a tomarme unos buenos copazos (precio europeo: como me queda poco, así voy recordando lo que me espera), como a pegarme una enorme pateada por la ciudad.

Debe ser mucho más que esto, pero yo lo resumiría en una isla montañosa (el Hong Kong inicial británico), donde está el “Pico Victoria” y la línea de rascacielos, y una península, donde está Kowloon, el barrio más emblemático, con sus mercados y sus calles llenas de carteles al más puro estilo película de mafias chinas.


Quizás de mucho más de sí, pero no es la primera vez que me pasa, que cuando voy a un sitio creo que no lo estoy apreciando tanto como si llegase directamente de España. Los mercados, las falsificaciones, y las comidas ya no llaman tanto la atención.



En todo caso me gustó, con mucho ambiente de día y de noche, y con una perfecta combinación de Asia y Occidente, incluso me pareció bastante más habitable que Bangkok…con la excepción del barrio en el que me quedé a dormir, en la casa de un compañero de la oficina de allí, que dio la casualidad de que era el barrio del pescado seco. Cuando llegué la primera noche, todo cerrado en la calle, dije “joder, que mal huele”, y al día siguiente cuando me levanto y salgo a la calle, me encuentros que todos los comercios, abiertos de par en par, estaban llenos de palanganas hasta arriba de peces, mejillones, aletas de tiburón, calamares,… todo más seco que una pasa.

El finde pasó rápido, intenso, y con pocas horas de sueño. La vuelta la tenía desde Macao, pensaba haber pillado un ferry el domingo por la mañana para pasar la tarde en la ex-colonia portuguesa, jugando unos cuartos al Black Jack que es lo que se lleva por allí, pero no hubo tiempo. No pude más que coger un autocar e ir directo al aeropuerto. Así que, a pesar de podría hacerlo, no pondré crucecita en Macao, me daría vergüenza.

Bye bye!

02 septiembre 2007

Pai

Por fin, tras 11 meses, parece que los primeros pucelanos (y los últimos) se han aventurado a venir a Tailandia. Directamente desde “el centro” llegaron Lincon, ilustre geógrafo pinciano, y Lara, motera conversa, bajo un tormentón tremendo. Pronto me cercioré de que en el aeropuerto les había timado el taxi (¿por qué hago unas instrucciones de cómo venir rápido y seguro si luego nadie las lee?). Así les ha sucedido a todas las visitas, aunque esta vez asumo mi parte culpa, porque es cierto que cuando escribí eso de “decidle al taxista meter, meter”, no quedaba muy claro que me refería al taxí-“meter”. Y más estando en Tailandia, que eso de meter, meter,... bueno.

Pucela forever!!!



Pero bueno, aquí estaban y estuvieron durante dos semanas. Y a parte de a las compras de falsificaciones en los mercados (siempre de calidad), las copas en el Cheap Charlies, y alguna visita a los neones en Nana Square, y ese tipo de cosas, también me pude acoplar con ellos en uno de los viajes por el país. Era un lugar del que me hablado bastante bien y lo tenía “reservado”: Pai.



Ellos regresaban a Chiang Mai de hacer un trekking, y yo llegué el mismo viernes para ir juntos todos a Pai al día siguiente. Anna y Santi también andaban por la ciudad, así que los cinco nos pasamos toda la tarde en el mercado nocturno para acabar tomándonos unas copas en las terrazas junto al río.

Al día siguiente era cuando comenzaba el viajecillo. Las ideas muy claras, todo perfectamente organizado. Sábado por la mañana por aire: Chiang Mai-Pai en avioneta. Domingo por la tarde por tierra: Pai-Chiang Mai, 140km. en moto.

Así nos presentamos en el aeropuerto de Chang Mai por la mañana. Resulta que la avioneta tenía 11 plazas, y ya estaban todas cogidas. Cambio de plan. ¿Alquilamos un coche?, ¿vamos en furgoneta?. Al final pillamos un taxi y tras casi dos horas de carrera de montaña, puertaco incluido, y montones de curvas llegamos a Pai.



Pai es un pequeño pueblecillo al noroeste del país que poco a poco empezó a ser refugio de artistas y buscavidas locales e internacionales, y ahora mismo es un notable centro de turismo rural se podría decir que “alternativo”, que todavía no ha perdido su carácter tradicional en un valle idílico.



Cuenta con una serie de elementos que le dan un carácter bastante especial: bares con música en directo, galerías de arte, una abundante colonia de rasta-tais que allí viven, y música de Marley saliendo de los garitos. Curioso, sabiendo que es un pueblo ubicado en un lugar perdido de la montaña tailandesa.

Pendientes



En cuanto a actividades de naturaleza y aventura, pues ofrece lo mismo que muchos otros puntos del norte de Tailandia: montañas, bosques, cascadas, tribus, ríos,… Como teníamos planeado un finde motero, nada más llegar, tras el primer paseo por el pueblo, fuimos a una tienda de alquiler.




Segundo cambio. Desestimamos la vuelta del domingo a Chiang Mai en moto, la haríamos en furgoneta. El problema es que no dejaban hacer el trayecto en automáticas, y bueno, para los dos pucelanos era su primer contacto con las dos ruedas. Mejor no jugársela. Haríamos recorridos en moto por la zona, y nos olvidamos del viaje en moto de 4 horas del domingo.



A pesar del cambio de planes, fueron un par de días intensos. Y también dieron para algún pequeño sustillo con las motos (no diré nombres, pero más de uno besó el suelo, o tuvo alguna arrancada acelerada). Así que pensándolo en frío, quizás fue lo correcto el pequeño cambio.



Para arriba y para abajo, por carreteras de montaña y caminos embarrados con nuestras motillos urbanas, en busca de cascadas y manantiales en los que refrescarnos, a través de selvas y plantaciones de arroz. La verdad es que lo de la moto para mí ha sido uno de los mayores descubrimientos de este año (junto con el buceo, los kars, y el cable ski, ;p), algo que siempre había estado ahí y hasta ahora no me había dado cuenta de todo lo que pueden dar de sí.



Tras unas cuantas carreras con la moto y batidos de frutas en bares con decoración jamaicana, llego el momento de dejar Pai y el norte del país. Al que ya, por lo menos en lo que me queda por aquí, no volveré.

La verdad es que me lo pasé genial haciendo el cabra por los caminos, y además llegamos sanos y salvos a casa, ¿qué más se le puede pedir?. Esos días estuvieron entretenidos entre semana, haciendo un poco de guía de Bangkok (lo que el curro me dejaba). Una pena el viaje a Krabi del finde siguiente, al que no me pude apuntar, pero bueno... Y un poco de morriña tras haberme "acercado" a Pucela durante unos cuantos días. Nos vemos.

15 agosto 2007

El Golfo de Tailandia

Ha sido un agosto bastante raro. No sólo por estar en Tailandia y por esa extraña sensación de eterno verano en cualquier época del año, algo que acaba por desubicar a cualquiera. También un pico de trabajo en la oficina, y la falta de días libres (verano sin vacaciones, ¡pero eso dónde se ha visto!), han hecho que a veces fuese difícil desconectar. Pero bueno, a pesar de llegar a casa muchos días bastante cansado, y de tener sólo los fines de semana, había que aprovechar, y nos hemos montado nuestros viajecillos.



En el verano español, también verano tailandés (hemisferio norte), es la época del monzón húmedo. Eso no es, por mucho significado e imágenes de documentales que la palabra mozón traiga a nuestras cabezas, lo que uno se puede esperar antes de conocer la zona. Llueve, efectivamente, más que a lo largo de todo el resto del año. Pero esto no es la India, ni mucho menos Cherrapunji, las inundaciones son muy puntuales, y las lluvias torrenciales, que sí las hay, no duran días y días.



Varias tardes por semana empieza a llover, y no lo deja en varias horas. Las calles se inundan, las alcantarillas no pueden con todo, salen las ratas y esas cosas, pero al día siguiente sale el sol, y vuelta a empezar. Quizás al día siguiente, por la tarde, vuelva a llover, pero no tiene porqué. Así alternan días secos con lluviosos, y semanas de lluviosas con secas. Pero uno nunca acaba realmente cansado de que llueva. Y así es el monzón húmedo en Tailandia.



Cuando se trata de ir a la playa también es una época especial. La costa oeste, el Mar de Andamán (Similan, Phuket, Krabi, Ko Muk,…), deja de ser esa apacible y cristalina balsa de agua que fue durante los primeros meses del año, es época de tormentas, lluvias, y lanchas rápidas que vuelcan camino de las islas Pi Pi. Al otro lado, la costa este, el Golfo de Tailandia, recibe su pico de turistas, con el agua más clara que nunca y poquitas tardes con tormenta.



Así, en tres fines de semana diferentes a lo largo de finales de julio y primeros de agosto, me recorrí el Golfo de punta a punta. Dejando de lado Ko Samui y Ko Phangan. Y repitiendo con tres sitios en los que ya había estado: Ko Samet, Ko Chang, y Ko Tao. Me gustas las tres, cada uno con sus puntos fuertes.





Pero esta vez de Ko Tao me he llevado el mejor recuerdo. A pesar de la paliza de 15 horas de viaje en barco y bus, es sin duda el mejor punto de buceo del Golfo de Tailandia, y sumergirse en Chumpon Pinacle es el mejor ejemplo: serpientes de mar, morenas, barracudas, atunes, peces ballesta, tiburones grises (ni más ni menos que dos metros y pico de pez), tortugas,… Espectacular.

08 julio 2007

Chiang Rai

Chiang Rai, al norte del país, es una pequeña ciudad de provincias. Podría parecer similar a Chiang Mai, “capital” del norte del país, pero eso es sólo en el nombre y en la oferta de actividades al aire libre. En cuanto cae el Sol en Chiang Rai no hay absolutamente nada que hacer, que pueda ser escrito en un blog tolerado. Así, tras meternos Javi y yo al final de la tarde a darnos unos masajes, cuando salimos nos encontramos ya una ciudad vacía y oscura. Las 10 de la noche.


Mejor que mejor, porque nuestro paso por la capital de la provincia más septentrional del país era meramente anecdótico. Tampoco teníamos en mente el Triángulo de Oro, punto de unión de Tailandia, Laos y Birmania junto al río Mekong, y en su tiempo, y en parte también en la actualidad, una de las áreas con mayor producción y contrabando de opio en todo el mundo.


El objetivo era pasar un par de días de caminata por las montañas y selvas del norte tailandés en época de monzones. Yo había estado allá por febrero un poco más al sur, pero me había quedado algo defraudado. Eran ya muchos meses de monzón seco, y el bosque por aquel entonces era caluroso, seco, y no demasiado frondoso. Nada que ver con la idea de selva monzónica que yo tenía en la cabeza, y mucho menos con las selvas ecuatoriales de Borneo.


Esta vez fue diferente. Las lluvias habían comenzado en abril-mayo. El bosque había recuperado su verdor, el bambú aparecía lleno de hojas, el ambiente era húmedo, sofocante, de vez en cuando llovía ligeramente, y el denso sotobosque nos dejó empapados nada más empezar la caminata.


Antes de todo ello el guía despertándonos a las 8:00 porque íbamos tarde, un desayuno para llevar en nuestro hostal, taxi hasta el embarcadero, y allí una barca de popa larga remontando el río Kok. Por fin un momento de relax para desayunar, si no fuese por la velocidad del barco que hizo que el huevo frito de Javi acabase en mi camiseta.



Y luego andar, andar y andar. Subiendo continuamente, atravesando, saltando y cayendo en los múltiples arroyos que salpicaban el camino. Tras varias horas y habíamos ganado altitud, la vegetación era un poco menos frondosa, y llegamos al poblado donde pasaríamos la noche.

Unas cuantas chozas desperdigadas en lo más alto de una montaña, con una especie de plazoleta en medio, y casi un panel solar por choza. Era media tarde, y cerdos, gallinas y niños corrían de un lado a otro entre chaparrón y chaparrón. Uno de ellos (de los niños) jugaba con un escarabajo del tamaño de su mano, le metía en los regatos que había hecho el agua de lluvia, le ponía a subir paredes. Entretenido.


Un arroz con curry y maíz asado hizo que recuperáramos fuerzas, tirados en el pórtico de una choza. Antes de dormir un masaje a 6 manos por primera vez en mi vida. Tampoco se si era demasiado profesional, porque aunque la abuela que lo daba parecía que sabía, también había un niño quizás más interesado en andar sobre mi espalda y tirarme de los pelos de las piernas. Pero bueno, ante el precio, no podía quejarme.


Al día siguiente bastante pronto, y no habiendo dormido demasiado (los gallos llevaban dando guerra desde la 6), seguimos las ruta, todavía con las nubes mañaneras reposando sobre la selva.



Fue una ruta bonita, con mucha vegetación, arrozales, riachuelos, plantaciones de té,… muy Asia. Acabamos con un paseíllo en elefante. Ya lo había hecho y no me maravillaba, pero bueno, tuvo el aliciente de cruzar un río enorme sobre el animal.


Dando algún paseo por Chiang Rai acabó un fin de semana bastante “deportivo”, que de vez en cuando son muy bien recibidos.


14 junio 2007

Dan Sai

Loei es una de las provincias nororientales de Tailandia, en la gigantesca región de Isan, con fama de ser la más atrasada del país. Una zona bastante montañosa, y salpicada de arrozales y parques naturales.


Con motivo del festival de Phi Ta Khon, un acto religioso-festivo que tenía lugar en el pueblo de Dan Sai ese fin de semana, comenzamos un viaje por la provincia. Arrancamos en Udon Thani, apenas al sur 50 kilómetros de la frontera con Laos, y hacía allí nos dirigimos.


Alcanzamos el río Mekong, también frontera natural entre los dos países, justo con Vientiane en frente y cogimos una carretera hacia el oeste, a lo largo del río. Un recorrido ondulado y zigzageante, atravesando pequeños y solitarios pueblos con casas de teca (Si Chiang Mai, Ban Pak Mak, Chiang Khan,…). A la derecha siempre el río bastante bajo de agua, y justo al otro lado Laos. A la izquierda montañas, arrozales, templos y cascadas.

Tras unas cuantas horas de viaje cambiamos de dirección, y viajamos hacia el sur, con destino Dan Sai. Se hacía la noche, y nos esperaba el festival, que tendría lugar de madrugada.

El festival de Phi Ta Khon es una especie de homenaje al agua, al río y a la fertilidad. De orígen budista-animista (para explicaciones técnicas esta Wikipedia), últimamente está cogiendo una fama bastante importante dentro del país, principalmente para el turista tailandés. Y no deja de ser un evento local que es celebrado especialmente por gente de Dan Sai y de los pueblos de alrededor.

Sus actividades se podrían resumir en dos. Una procesión nocturna en honor a los espíritus del río, y una procesión diurna en honor a los mismos, pero de una manera mucho más terrenal. Como éramos nuevos nos apuntamos a las dos.


Esa misma noche cenamos en el pueblo. El aspecto era como el de las fiestas de cualquier pueblo, incluso de España. Gente bebiendo a saco wisqui y cerveza, puestos de recuerdos, de comida, de chucherías, luces, las típicas cuerdas con banderitas de papel de lado a lado de la calle, un grupo de danzas tradicionales (si se echaba de menos una discomovida de esas que tenemos…) en el escenario. Además tuvimos la “suerte” de que esa misma noche los puestos celebraban la fiesta del som tam. Para que os hagáis una idea, el som tam o ensalada de papaya es de las cosas que no conseguiré disfrutar de este país. Es una especialidad tai, un revueltillo de papaya, tomate, guindillas y alguna salsa local que al primer bocado consigue dejarte la boca ardiendo. Hubiese preferido una chocolatada, pero esto es Tailandia.

Con poco tiempo para reposar la cena, llegó la hora de despertarse. Hacia las 2 de la madrugada comenzaba la procesión junto a un templo, guiada por el chamán del pueblo y su mujer, ¿la chamana?. Asistentes: los religiosos, las señoras del pueblo, y los turistas. Hasta en esto me recordaba a cualquier fiesta de España: los jóvenes locales pasando de procesión y paseando su pedo por el pueblo (por no hacer un feo a un chaval me tocó desayunarme con un buen trago de 100 pippers). Los adultos machos en la cama recuperándose de la borrachera, la edad no perdona. Joder, clavado a España, ¿verdad?.


Bueno, pues los pocos valientes que seguíamos al líder, de túnica blanca impoluta, andábamos hacia el río. Allí, en una especie de templete se detuvo el ritual, siguieron las oraciones, los cánticos y los bailes, hasta que un tío se metió en el río (parte de la parafernalia, no era un espontáneo) a convencer, con grandes aspavientos acuáticos, a un espíritu del agua transformado en piedra de mármol para que se uniera a la fiesta. Y le debió de convencer, porque tras un buen rato de chapuzón, volvimos al templo de partida. Así se hizo el amanecer, momento de desayunar y volver a la cama a descansar un rato.

Un rato digo. Pocas horas después de nuevo en pié, que a las 12 de la mañana comenzaban las procesiones. Esta vez sí el pueblo estaba lleno, las calles a rebosar de gente esperando la llegada del desfile.


Era como un Carnaval, con gente disfrazada, por lo general de espíritus. No encaja en el perfil que nosotros tenemos de espíritus, pero claro, es otra cultura: una panda de salidos con careta, consoladores de madera y espadas con formas fálicas de aquí para allá, apuntándote con ellos, a la cara (a la boca) y a los genitales. Era divertido, bastante desfase.


Tras el desfile concluía nuestra sed de cultura tradicional. Nos acercamos a unos viñedos a modo curiosidad, Chateau de Loei, y continuamos nuestro largo viaje en coche. Era el fin del festival para nosotros.

Atravesamos el Parque Nacional de Phu Hin Rong Kla, famoso por el ser refugio del Partido Comunista Tailandés hasta su rendición en 1982. Las dificultades orográficas y su cercanía a frontera con Laos hacían de este un enclave inexpugnable para el ejército nacional. Allí, a más de 1700m., entre la selva, todavía están los campos de tiro, los cuarteles, y los puntos de defensa anti-aérea. La diferencia: la bandera tailandesa corona ahora un peñón calizo.


La carretera, a veces pista, estaba salpicada de agujeros, que sólo con nuestro todo-terreno podíamos salvar. El descenso hacia el valle, muy empinado y revirado, fue largo, acompañados de plantaciones de coles en la ladera de la montaña.

A pesar de la corta distancia en plano, eran más de 40 kilómetros a velocidad lenta, con vistas de la amplia llanura del Isán central que se perdían en el horizonte. Tardamos en llegar a Lom Sak, ya a pocos metros sobre el nivel del mar.


Desde allí, una carretera cómoda cruzando el Parque Nacional de Nam Nao con pocos sobresaltos (excepto enterarme de que Edouard no tenía carné tras pasar todo el viaje turnándonos) nos devolvió a Udon Thani, punto de partida y fin del viaje.