15 abril 2007

La cruz del ICEX

Entre tanto viaje y viaje, una pequeña parada para comentar la situación de uno de mis compañeros, en este caso destinado en Luanda (Angola).

Las quejas sobre mi “acuerdo de formación”, que no contrato, podrían ser varias: Sólo 8 días de asuntos propios en un año. Ningún día de vacaciones. Cotizando por una beca, cuando me encuentro desplazado en el extranjero. Realizando un trabajo propiamente dicho. Cuantía de beca cobrada en euros calculada respecto a una estimación del nivel de vida de hace casi un año, mientras la moneda local, el Bath, no ha dejado de subir desde entonces. No recibir ninguna ayuda económica para realizar un curso del idioma local. O muchas otras. Evidentemente eso es lo que firmé, y aunque me molesta y quizás roce la ilegalidad, lo firmé, y me quejo.

Como contrapartida, la oportunidad de conocer un país maravilloso, y una zona del mundo completamente lejana y desconocida para mí.

Desgraciadamente, además de las quejas mencionadas anteriormente, comunes por lo general a todos mis colegas, existen destinos que por casualidad o por ineficiencia del sistema, hace que algunos compañeros estén viviendo una situación muy alejada de lo que se debería considerar normal, hasta el punto de estar “malviviendo”.

Este enlace es el caso de Jorge en Luanda.

12 abril 2007

Vietnam

Con la Semana Santa casi encima, o mejor dicho, con el nuevo año Tailandés (¡mi tercer Año Nuevo en unos pocos meses tras el occidental y el chino!), y los días libres que ello suponía, me vi con un pasaporte a punto de caducar que no me dejaba salir de país. ¿Encerrado en Tailandia en Songkran?. Imposible. Solicitud de nuevo pasaporte a España, visita a Inmigración para traslado de permiso de estancia, visita a Exteriores para traslado de visado de reentrada, todo a velocidad record, y finalmente, visado para Vietnam el día antes de que saliese mi avión.

Así, casi a la carrera, como fue el resto del viaje, nos presentamos en Saigón (Ho Chi Minh City tras la "reunificación", o victoria del Norte), con 6 días por delante para recorrer el largo país en dirección Sur-Norte. Más de 300.000 kilómetros cuadrados, 80 millones de habitantes, y una marca de cerveza distinta en cada pueblo, y sólo 6 días. A pesar de lo precipitado del viaje, una de las buenas cosas de tener compañeros en oficinas por todo el mundo, es que nada más aterrizar, teníamos ya a un par de ellos esperándonos con los billetes de avión, tren y autocar que íbamos a necesitar para el resto del viaje.

Era ya de noche en la ciudad, en su día capital de Vietnam del Sur (el de los americanos), plagada de motos y pitidos, y tras una buena cena, guiados por nuestros colegas, tuvimos nuestra primera incursión en la noche vietnamita. Podría haber sido una noche más, si no fuera porque, en uno de los capítulos más oscuros de mi vida y que no voy a detallar, unos travelos, tras atraerme con sus cantos de sirena y suave tacto, me robaron la cámara de fotos. Cuestión de segundos. Cabrones.

Sin cámara pero con la lección bien a aprendida (Vietnam no es Tailandia), despertamos con todo un día por delante para dar una vuelta por la ciudad, un paseo en barca por el delta del Saigón, y tomarnos nuestro primeros cafés decentes en muchos meses (una de las sorpresas más agradables del país).

Por la noche comenzaba realmente el viaje. Cogimos un bus nocturno hacia Dalat, ciudad a más de 1.500 metros de altitud, en una zona conocida como los Altos Centrales. Tras una noche congelados por el aire acondicionado del bus, llegamos al amanecer, con tiempo para tomarnos unos cafés (era gracioso entrar en una cafetería a las 7 de la mañana y estar llena de vietnamitas con chupa de cuero, sentados en bancos, sin hablar, y tomándose un café bombón), alquilar un par de motos y un guía. Nos pasamos todo el día de arriba para abajo.

La ciudad colonial está bastante bien conservada, ya que quedó bastante aislada de los bombardeos de uno y otro bando, pero a pesar de ello estaba lejos de ser “el pequeño París” que dicen en las guías. Mucho más bonito era el campo, una zona de temperaturas suaves, muy mediterránea: colinas arcillosas, cultivos de flores, hortalizas, invernaderos, pinares, criaderos de gusanos, piscifactorías.

Tras parar en una de las cataratas más espectaculares que he visto (una pena que no fuese bañable), momento de regresar a Dalat, de ahí minibús hacia la costa por carretera serpenteante, hasta Thap Cham, ciudad perdida donde las haya, y punto donde cogíamos un tren-cama, nocturno, hacia el centro del país.

Destrozado tras dos noche durmiendo en movimiento, con los primeros rayos de luz, llegamos a Danang. Allí nos esperaban Uyen y su hermano, los dos moteros (easyriders) que habíamos contactado como guías para esa zona del país, con el cartel de “Mr. Ander - Mr. Pablo - Mr. Dani” (que gracia me hace eso de que me llamen mister ;p ). De la estación directos a una cafetería, nuestro café bombón, mientras nos explicaban lo que tenían planeado para nosotros en los dos días que estaríamos con ellos. Mucha tralla.

Tras ello, un viaje de unas tres horas desde Danang a Hué, unas tres horas de viaje en moto, bordeando la costa, alternando arrozales, pueblos de pescadores, lagunas saladas y puertos de montaña con barricadas herencia de la guerra. Tiempo para hacer algunas paradas, tirar unas fotos, escuchar lo que nos contaba Uyen, o incluso dormir, sí, en una moto.

Tras llegar a Hué, antigua capital y ciudad histórica, y ver unos templos (muy bonitos pero... ya me empiezan a parecer casi todos iguales tras estos meses por Asia), momento para dormir, por primera vez en tres noches, en una cama decente. Pero nada, sin tiempo para recuperar, a las 7 arriba, que continuaba nuestro viaje.

Vuelta por donde habíamos venido, las mismas horas de viaje, y el mismo sueño, con dos paradas, una en Hoy An, una ciudad colonial Patrimonio de la Humanidad, y otra en las Montañas de Mármol.

Curioso que aunque siga habiendo montañas, mármol ya no debe quedar nada, y los cientos de talleres que se agolpan junto a las canteras se tiene que abastecer con mármol chino.

Tras una baño en la playa, en Danang, volando para Hanoi, la capital del país, ya siéndolo en su momento de Vietnam del Norte. No estuve demasiadas horas en Hanoi, pero lo suficiente para comprobar que al igual que hay grandes diferencias de carácter entre tailandeses y vietnamitas, también las hay entre vietnamitas del sur y del norte. Ya nos lo dijeron en Dalat (han pasado sólo 30 años, así que todavía hay mucha gente que vivió la guerra): “Si váis al Norte, nos os fiéis de nadie y regatead sin concesiones”. No se si es por el comunismo, por la historia de guerras y ocupaciones, por lo reciente del Viet Cong, o porque China está ahí al lado, pero los charlies llegaban a agobiar, y es la primera vez que eso me pasa en el Sudeste Asiático.


Pero bueno, apenas me quedaban dos días en Vietnam, y era el momento en que nos separábamos los tres que iniciamos el viaje, y yo me disponía a pasar mis dos últimos días en Halong Bay, alejado del bullicio y el caos de la capital vietnamita.

Dos días sin nada que hacer, tirado en la cubierta de una barco, al Sol, bordeando las miles de islas y peñones calizos que pueblan la bahía, durmiendo, tirando fotos, descansando del viaje, y cargando pilas antes de volver a Bangkok.

01 abril 2007

Singapur

Lo se, la actualización del blog deja mucho que desear, y lo siento por todos aquellos familiares y amigos que ven las fotos, y mucho más por aquellos que lo leen, pero es que el pico de calor ha llegado a Bangkok hace algo más de un mes, y como todo ser vivo, he procurado reducir mi actividad física y mental al mínimo.

Pero bueno, como no se puede vivir en un letargo absoluto, y el año va pasando cada vez más rápido (no dejo de pensar que "este" fin de semana crucé la mitad de mis doce meses), un finde que no tenía nada que hacer me compré un billete para Singapur, ciudad-estado al extremo sur de la península de Malasia y a no demasiados kilómetros por mar de Indonesia, de apenas 700 kilómetros cuadrados (menos que el municipio de Madrid) y más de 4 millones de habitantes, para ver si era como me lo habían contado.


Y sí, así fue, incluso más. Limpio, ordenado, bonito, recto, verde, caro (en comparación con Bangkok, por supuesto), y condenadamente artificial. Desde que aterricé un viernes por la tarde podría haber pensado que estaba en Copenhague o Estocolmo (ja, ja, nunca he estado, pero me las imagino así).

Llegué y fui directo a casa de Jose, becario de informática de Singapur, que vivía bastante cerca del centro, junto a un amplio parque, uno de los muchos repartidos por la ciudad. Entre discusiones sobre usuarios, oficinas, jefes y chinitas se hizo la hora de salir a tomar algo.


A la mañana siguiente comenzó realmente la visita a la ciudad. Comenzamos por el barrio chino. El contraste de barrio colorista de pequeños comercios y rascacielos azules al fondo era digno de foto. En Bangkok podría existir algo parecido, pero ni las pequeñas casas están limpias como recién pintadas, ni los rascacielos son tan azules como nuevos.


En todo caso, el paseo es agradable. No hay demasiados coches, se puede andar por las aceras, y no hay puestos de comida callejeros ni canales de desagüe junto a ellos que hagan que a uno de vez en cuando se le revuelva el estómago. Pero Jose decía: “Ya verás en el barrio indio”.


Del barrio chino andando tranquilamente hacia el centro de la ciudad, algo que en Bangkok no se podría hacer “tranquilamente”. Por el camino el Raffles Place (con sus enormes torres), canales (al más puro estilo Amsterdam), muchos árboles, fuentes, parques y edificios futuristas, hasta llegar, ya junto al mar, al Merlion, símbolo de la ciudad.


Ni la iglesia, ni el parlamento, ni la ópera, ni casi ninguno de los edificios de la zona centro pasarían desapercibidos. La ausencia de tráfico y de gente (es la zona de negocios de la ciudad, y al ser fin de semana está vacía) dan a todo el área una rara sensación de no-ciudad. Extraño.


Al día siguiente, tras una noche bastante larga, me esperaba la zona conocida como “Little India”. Y bueno, ya todo me resultó más acogedor. Algo de griterío, gente por las calles, puestos de fruta, verdura, flores, gente cruzando por cualquier sitio, vestidos llamativos, mezquitas, templos hindúes, budistas, algo de basura acumulada... como volver a algo parecido a casa (a Bangkok quiero decir), pero a pesar de todo, bastante más limpio que el Sukhumvit Soi 11.


Tras comer en un indio de los de verdad (parece difícil comer salsas con las manos y un cacho de masa, pero es posible) mientras sudaba la gota gorda por los picantes, llegó el momento de coger el MRT (¡que no es “Metro” mal escrito, sino “Mass Rapid Tranportation”!) y volver a casa de Jose. Un bañito en la piscina, y vuelta al aeropuerto y a Bangkok.


Había que hacer una visita a Singapur y ya está hecha. La verdad, me ha dejado bastante sorprendido. Todo tan limpio, todo tan perfecto, ideal para vivir, con parques, poco tráfico... pero para un año, me quedo con el caos, la polución, y los mercadillos de Patpong.


Singapur es algo así como la perla de China, tras haber pasado por dominación holandesa, inglesa e incluso japonesa. Con gran mayoría de población de origen chino a pesar de abundantes minorías de malayos e hindúes (4 lenguas oficiales, siendo el inglés la más ampliamente conocida), y una dura legislación migratoria (exhaustivos análisis de salud a los inmigrantes) y penal (altas multas por cosas como cruzar la calle por zonas no habilitas o comer chicle, cuya venta o introducción está prohibida en el país, o pena de muerte en temas de drogas, son varios ejemplos), además de una planificación urbanística ideal, han conseguido hacer una ciudad única en el sudeste asiático y en el mundo entero. Pero no deja de ser una ciudad que te deja una sensación extraña, como artificial, y más por estar donde se encuentra: en la parte sur del Sudeste Asiático, y entre dos enormes países musulmanes.