12 noviembre 2006

Kuala Lumpur

Kuala Lumpur es la capital de Malasia, para el que no se acuerde. Pero a parte de eso, es la típica ciudad que te hacen aprenderte en el Instituto, y luego, a la hora de localizarla sobre el mapa mudo, nunca la ponemos bien (¿en la península?, ¿en la isla?, ¿en cuál de todas?). Efectivamente, eso es Key El, como dicen los guays.

Y con tantos precedentes como tenía sobre ella, por supuesto que no dude en comprarme un billete de avión y presentarme allí un viernes por la tarde, a la salida del trabajo. Aunque sólo fuese por la insistencia de Edu y sus convincentes frases del tipo a: “Está cerca y hay que ir, porque nunca lo va a estar tanto”. Entonces lo entendí, es como Cuenca, o Soria, o Teruel, es de ese tipo de ciudades que uno va simplemente porque en un momento está cerca de ellas, aunque no sean el destino de su viaje. Lo que no quiere decir que a uno no le sorprendan y se prometa volver. No fue el caso de Kuala, rascacielos a parte no me sorprendió, pero irónicamente, por cercanía y por la gente de allí, es probable que vuelva a lo largo del próximo año.



En pleno chaparrón, y con el cielo ya oscuro, el taxi entraba en la ciudad. Íbamos directos a casa de Alex, el informático de Kuala, que conocí en el entretenido curso que hizo que perdiera mis vacaciones de verano en Madrid.

Llegamos a la casa, la compartía con Emily, tremenda (y también la casa ;p), tampoco por aquí viven mal por lo que pude ver. Conocimos al resto de la colonia expatriada, algunos compañeros de Edu en el master de Madrid, y fuimos a cenar. Cangrejos, gambas, raya,... nunca he sido "marisquero" ni "pescatero", pero me parece a mí que en estos países voy a tardar poco en cambiarme de acera (culinaria, claro).

Tras la cena, a tomar algo a un pub y …¡oh dios mío!,¡5 euros la birra!, por las copas ni pregunto. Es lo que tiene un país musulmán, que el alcohol pasa a ser un artículo de lujo, y el zumo de cebada también. Con lo felices que son los tailandeses con sus borracheras de güisqui local, y estos, que se parecen tanto y viven tan cerca, nada de nada.

Evidentemente no todos. Esa noche tuve la oportunidad de conocer a una especie única, un malayo, que según él mismo dijo, goza de muchos privilegios (laborales, fiscales, sociales, …) por ser de una raza única y muy escasa, la de los malayos originales (creo que vienen de China). Según sus propias palabras, y para dar valor a lo dicho, comentó que existen registrados más orangutanes que gente de su especie. Al día siguiente vi como, con una borrachera enorme, era expulsado de una fiesta por comerse los bombones que le habían regalado a la chica del cumpleaños. ¡Para denunciarla!

Pero bueno, antes de todo eso, y ya con Anna, el tercer representante de Bangkok, entre nosotros, el sábado por la mañana nos acercamos a la costera Malaca. Una pequeña ciudad a dos horas de Kuala, que en sus muchos años de historia había sido portuguesa, holandesa, inglesa, y malaya. Eso daba aspecto colonial a la ciudad, con calles estrechas, rectas, casas de dos plantas a ambos lados, fortalezas,… Y la cantidad de religiones que por allí han pasado dejaron iglesias, mezquitas, templos budistas y templos hindúes.









Tras la tormenta de rigor probamos las famosas bolas de arroz con pollo de Malacca. No os comáis el tarro, la palabra lo dice, unas bolas del tamaño de una nuez echas de arroz apelotonado, que se comían con una especia de salsa dulce (podría ser de ciruela pasa), lo que las hacía aún más empalagosas.

Tras la vuelta lo típico por estas latitudes (y por aquellas) un sábado por la noche: una duchita y de fiesta. Alex conocía a una malaya que hacía fiesta en su casa, así que para allá que fuimos. En Bangkok nunca tomamos nada en casas, y la verdad, lo echo de menos, porque es una buena oportunidad para hablar con la gente antes de encerrarse en bares y discotecas. De ahí a otra fiesta, en la casa de la chica de los bombones, ya mencionada. Y finalmente al Yahoo, el antro más oscuro de la ciudad, una especie de sótano enorme al que se accedía desde un garaje, con música tecno super rápida, con la luz que no dejaba ver a más de cinco pasos (al más puro estilo Asklepios), vamos, que no era precisamente de mis favoritos, pero en aquellos momentos…

La hora de llegada a casa no la se, pero tampoco es trascendente. Lo que si que me jodió fue cuando llegó Edu y Anna me daba patadas para despertarme, porque teníamos 4 horas para ver la ciudad. Así que ducha rápida, dos litros de agua, gafas de sol, y a patear.



Lo primero, la Torre Menara. Sinceramente, es la típica torre de comunicaciones (como el Pirulí), que hay montones por todo el mundo, pero sólo sube uno cuando no es la de su ciudad o país. En lugares desconocidos es donde estas cosas toman valor, y uno se dedica a echarle fotos, ahora entiendo a los japoneses que se tiran la foto besando al "Oso y el Madroño" de Sol. Los más de 300 metros de altura proporcionaban una buena vista de la ciudad, Petronas incluidas.



Y ese fue el siguiente y último objetivo del domingo antes de coger el avión, la Torres Petronas. Las realmente llamadas Torres Gemelas (a pesar de que hayan sido construidas con las aportaciones de la compañía petrolera nacional) para mí son famosas por la peli de La Trampa, por la aventura de Caterina con el abuelo. Pero bueno, me he enterado de que tras el 11-S llegaron a ser los rascacielos más altos del mundo, y sólo la cabezonería de Taiwán y su 101 las ha dejado en segundo lugar, en esa especie de batalla psicológica que existe entre los tigres asiáticos por ver quien la tiene más grande (N.A: nosotros, ja, ja!).



A pesar de todo, con más de 400 metros y 88 pisos, siguen siendo las torres gemelas más altas del mundo. Y no lo voy a negar, su pasarela en las plantas 41-42, les da un toque especial. Impresionante también su base, que alberga un enorme centro comercial, superlujoso, al más puro estilo de país árabe de la OPEP. Malasia es un poco más rico que Tailandia, y es que con petróleo se pueden hacer maravillas.



La subida al skybridge no fue fácil, no por la dificultad física, ya que el ascensor va a segundo por planta, sino por otros motivos. La subida es gratuita, pero las entradas son limitadas, y se reparten a las 9 de la mañana. Evidentemente a las tres de la tarde ya no quedaban, y entonces entró en escena Edu, un auténtico freaky de los rascacielos. Se apoyó sobre el mostrador, miró a la recepcionista con cara de niño bueno, y alternando gestos de pena, de felicidad, sonrisas, y alguna mentirijilla que otra (del tipo a: “Somos españoles, hacemos escala en KL, aterrizamos hace dos horas y en dos horas sale nuestro vuelo, no tendremos otra oportunidad,...”), consiguió que la chica nos colase.







Y bueno, poco más dio de sí el fin de semana. Me llevé una buena impresión de la ciudad, más ordenada, recta y limpia que Bangkok, sin tanto tráfico, con aceras, mucho más habitable (al menos el centro),... Pero quizás todo eso hace que carezca del encanto que el caos le da a la capital tailandesa.



Como conclusión, ya podré decir que estuve en Kuala, sencillamente porque me pillaba de paso, como me sucedió con Cuenca o Teruel, ciudades por otro lado, con mucho más encanto.

Y de despedida, y ante las numerosas peticiones, sobre todo por parte de los enfermos de la parcela, ahí va la foto con el ladyboy y la mujer del Teniente Dan (¡esto último es del Rulo, genial!). Y por cierto: ¡Papá, esta NO la imprimas!



Saluti!

06 noviembre 2006

Ko Muk, Ko Kradan, y Krabi.

Casi un día de viaje: un avión, dos taxis, una noche, un barco, y muchos regateos nos costó llegar a Ko Muk. A las 17:00 estábamos en el aeropuerto de Bangkok con destino a Krabi, de allí taxi a Trang, donde hicimos noche, y a la mañana siguiente otro taxi al puerto y un bote para la isla Muk, donde pisamos tierra firme, saliendo del agua en una playa paradisíaca como auténticos náufragos. Ya era casi la una del mediodía.





En Trang, la primera noche, nos llevamos una grata sorpresa. Tras la cena, deambulando por la ciudad, prácticamente vacía, encontramos una discoteca. Entramos, y el sitio enorme, chulísimo, con go-gos (algunas con coletas ;p), lleno de tailandeses super maqueados, mucho más elegantes que nuestras pintas de mochileros en bermudas, chanclas, y con varias horas de viaje en el cuerpo. Cantaba un grupo en directo, y enseguida se nos acercó una camarera y nos buscó una mesa “libre” justo al pié del escenario. Y allí tan felices, sentados, picando unos anacardos, tomándonos nuestras copillas (que Ander, como no, se había encargado de regatear), bailando con nuestras vecinas de mesa si era necesario, y brindando con los cantantes cuando nos lo pedían. ¡Increíble!. Vamos, lo mismo que en Capital® o en Bagur®.



Ko Muk es una pequeña isla al sur de Tailandia, en la provincia de Trang, y su inaccesibilidad, a pesar de ser un inconveniente, ayuda a conservar la isla, la jungla, sus playas, y las islas de los alrededores prácticamente salvajes.



En la playa cogimos un par de bungalow con mosquitera, lo más sencillo que había, en primera línea, y cobijados tras unos árboles. Dejamos las mochilas, alquilamos un bote, y a bucear a un sitio llamado la Cueva Esmeralda.



A la mañana siguiente cogimos otro bote, y nos llevó a Ko Kradan, la isla más cercana, bastante más pequeña, y prácticamente vacía. Allí tuvimos tiempo para bucear y echarnos la siesta en la arena.









Era la temporada de las medusas en esa zona, ya nos lo dijo el barquero. Las había de todo los tamaños, desde las más gorditas, de 30 o 40 cm. y color rosa, a las más pequeñas, prácticamente transparentes, que ni veíamos, sólo sentíamos que las habíamos rozado. Esto hizo el buceo algo incómodo, pero bueno, al fin y al cabo es un rato de picores, y en Bangkok lo más parecido al coral que vemos son las calles repletas de luces neón.



Pero como me estresan estos viajes, y es que el domingo por la tarde, bajo la tormenta tropical (cuanto más al sur la estación lluviosa dura más), ya estábamos en la playa, esperando un bote para que nos llevara a tierra firme, donde coger una furgoneta para Krabi, punto final de nuestro viaje.



A Ao Nang llegamos ya de noche, y en plena fiesta del Loi Kratong. La gente compraba una especie de centros de mesa, que depositaban sobre el agua, o una especie de globos de fuego, que ascendían varias decenas de metros antes de consumirse. Es una fiesta nacional aquí en Tailandia, pero en Ao Nang, un importante centro de turismo farang, sólo se celebra desde hace unos pocos años, y no tiene la misma vistosidad que en lugares más tradicionales. Tras cenar en un indio, dejamos que la noche nos confundiese un poco, pero siempre sabiendo a lo que nos agarrábamos...¿o no?.





Y finalmente, tras una mañanita en Railay (playas preciosas, pero llenas de extranjeros), y tras presentar nuestro respetos a algún Dios “menor”, se acabó nuestra aventura.





Lo siento, pero releo este capitulo y no me mola mucho :( . Para otra vez prometo más, si hace falta me lo invento, pero es que llevo dos semanas que me está tocando currar. Ciao.