14 junio 2007

Dan Sai

Loei es una de las provincias nororientales de Tailandia, en la gigantesca región de Isan, con fama de ser la más atrasada del país. Una zona bastante montañosa, y salpicada de arrozales y parques naturales.


Con motivo del festival de Phi Ta Khon, un acto religioso-festivo que tenía lugar en el pueblo de Dan Sai ese fin de semana, comenzamos un viaje por la provincia. Arrancamos en Udon Thani, apenas al sur 50 kilómetros de la frontera con Laos, y hacía allí nos dirigimos.


Alcanzamos el río Mekong, también frontera natural entre los dos países, justo con Vientiane en frente y cogimos una carretera hacia el oeste, a lo largo del río. Un recorrido ondulado y zigzageante, atravesando pequeños y solitarios pueblos con casas de teca (Si Chiang Mai, Ban Pak Mak, Chiang Khan,…). A la derecha siempre el río bastante bajo de agua, y justo al otro lado Laos. A la izquierda montañas, arrozales, templos y cascadas.

Tras unas cuantas horas de viaje cambiamos de dirección, y viajamos hacia el sur, con destino Dan Sai. Se hacía la noche, y nos esperaba el festival, que tendría lugar de madrugada.

El festival de Phi Ta Khon es una especie de homenaje al agua, al río y a la fertilidad. De orígen budista-animista (para explicaciones técnicas esta Wikipedia), últimamente está cogiendo una fama bastante importante dentro del país, principalmente para el turista tailandés. Y no deja de ser un evento local que es celebrado especialmente por gente de Dan Sai y de los pueblos de alrededor.

Sus actividades se podrían resumir en dos. Una procesión nocturna en honor a los espíritus del río, y una procesión diurna en honor a los mismos, pero de una manera mucho más terrenal. Como éramos nuevos nos apuntamos a las dos.


Esa misma noche cenamos en el pueblo. El aspecto era como el de las fiestas de cualquier pueblo, incluso de España. Gente bebiendo a saco wisqui y cerveza, puestos de recuerdos, de comida, de chucherías, luces, las típicas cuerdas con banderitas de papel de lado a lado de la calle, un grupo de danzas tradicionales (si se echaba de menos una discomovida de esas que tenemos…) en el escenario. Además tuvimos la “suerte” de que esa misma noche los puestos celebraban la fiesta del som tam. Para que os hagáis una idea, el som tam o ensalada de papaya es de las cosas que no conseguiré disfrutar de este país. Es una especialidad tai, un revueltillo de papaya, tomate, guindillas y alguna salsa local que al primer bocado consigue dejarte la boca ardiendo. Hubiese preferido una chocolatada, pero esto es Tailandia.

Con poco tiempo para reposar la cena, llegó la hora de despertarse. Hacia las 2 de la madrugada comenzaba la procesión junto a un templo, guiada por el chamán del pueblo y su mujer, ¿la chamana?. Asistentes: los religiosos, las señoras del pueblo, y los turistas. Hasta en esto me recordaba a cualquier fiesta de España: los jóvenes locales pasando de procesión y paseando su pedo por el pueblo (por no hacer un feo a un chaval me tocó desayunarme con un buen trago de 100 pippers). Los adultos machos en la cama recuperándose de la borrachera, la edad no perdona. Joder, clavado a España, ¿verdad?.


Bueno, pues los pocos valientes que seguíamos al líder, de túnica blanca impoluta, andábamos hacia el río. Allí, en una especie de templete se detuvo el ritual, siguieron las oraciones, los cánticos y los bailes, hasta que un tío se metió en el río (parte de la parafernalia, no era un espontáneo) a convencer, con grandes aspavientos acuáticos, a un espíritu del agua transformado en piedra de mármol para que se uniera a la fiesta. Y le debió de convencer, porque tras un buen rato de chapuzón, volvimos al templo de partida. Así se hizo el amanecer, momento de desayunar y volver a la cama a descansar un rato.

Un rato digo. Pocas horas después de nuevo en pié, que a las 12 de la mañana comenzaban las procesiones. Esta vez sí el pueblo estaba lleno, las calles a rebosar de gente esperando la llegada del desfile.


Era como un Carnaval, con gente disfrazada, por lo general de espíritus. No encaja en el perfil que nosotros tenemos de espíritus, pero claro, es otra cultura: una panda de salidos con careta, consoladores de madera y espadas con formas fálicas de aquí para allá, apuntándote con ellos, a la cara (a la boca) y a los genitales. Era divertido, bastante desfase.


Tras el desfile concluía nuestra sed de cultura tradicional. Nos acercamos a unos viñedos a modo curiosidad, Chateau de Loei, y continuamos nuestro largo viaje en coche. Era el fin del festival para nosotros.

Atravesamos el Parque Nacional de Phu Hin Rong Kla, famoso por el ser refugio del Partido Comunista Tailandés hasta su rendición en 1982. Las dificultades orográficas y su cercanía a frontera con Laos hacían de este un enclave inexpugnable para el ejército nacional. Allí, a más de 1700m., entre la selva, todavía están los campos de tiro, los cuarteles, y los puntos de defensa anti-aérea. La diferencia: la bandera tailandesa corona ahora un peñón calizo.


La carretera, a veces pista, estaba salpicada de agujeros, que sólo con nuestro todo-terreno podíamos salvar. El descenso hacia el valle, muy empinado y revirado, fue largo, acompañados de plantaciones de coles en la ladera de la montaña.

A pesar de la corta distancia en plano, eran más de 40 kilómetros a velocidad lenta, con vistas de la amplia llanura del Isán central que se perdían en el horizonte. Tardamos en llegar a Lom Sak, ya a pocos metros sobre el nivel del mar.


Desde allí, una carretera cómoda cruzando el Parque Nacional de Nam Nao con pocos sobresaltos (excepto enterarme de que Edouard no tenía carné tras pasar todo el viaje turnándonos) nos devolvió a Udon Thani, punto de partida y fin del viaje.

05 junio 2007

Camboya

Ya llevaba muchos meses en Tailandia, y era uno de los pocos de entre mis compañeros que nunca había cruzado la frontera hacia Camboya, país que encierra uno de los puntos más impresionantes de Asia: la antigua ciudad de Angkor (para el que no le suene, escenario elegido para la película de Tomb Raider).


Comenzó el viaje en Phnon Penh, capital del pequeño país. A pesar de la proximidad cultural entre los dos países, siempre ha habido enfrentamientos entre ellos, robándose territorio uno al otro, siendo Camboya el más desfavorecido por la historia reciente: ocupación francesa, guerra civil, genocidio, ocupación vietnamita... Y todo eso se deja notar en la capital, tranquila, ordenada, pero con más pobreza que cualquier ciudad provincial tailandesa.


La primera mañana visita a la cárcel del S-21, en el centro de la ciudad. Cuenta con una inmensa colección de fotos de ejecutados y torturados, relatos de ejecutores muchas veces perseguidos posteriormente, y artilugios de tortura, en un ambiente muy poco alterado de cómo lo encontraron los Vietnamitas tras llegar a la capital y acabar con el régimen de Pol Pot en 1975. Vamos, un placer para empezar.


Tras el triunfo de la revolución, el antiguo colegio fue rápidamente transformado en prisión y las aulas en celdas y salas de interrogación. Aquello fue en 1970. Tras conseguir la independencia de Francia en 1957, siguieron unos años de enfrentamientos y golpes de estado entre partidarios del rey, pro-occidentales, comunistas pro-chinos, comunistas pro-vietnamitas, muchas veces asociados los unos con los otros y los otros con los unos. Hasta que en 1970 la revolución roja de Pol Pot y sus jemeres rojos llegaron a la capital, con lo que comenzó la socialización al pié de la letra del país, el éxodo forzado al campo, y el aislamiento del exterior.


Los 5 años de gobierno, fueron años de “limpieza” (torturas, campos de prisioneros, trabajos forzados,...), primero contra los perdedores de la guerra civil, luego contra facciones que colaboraron en la victoria de la revolución, y posteriormente dentro del mismo "Partido" ganador. Resultado: 2 millones camboyanos muertos en 5 años, lo que para una población de 8 millones, resulta escalofriante. Los juicios por los crímenes guerra no han concluido, y el líder de la revolución falleció en 1998, dicen...


La verdad, siempre resulta extraña la sensación de cómo en un país tan tranquilo, tan similar en carácter a Tailandia, de gente amable y sonriente, hace apenas 30 años se estaban matando todos contra todos.


Tras Phnom Penh, un autocar nos llevó a Battambang. Una importante ciudad provincial, ya un completo paso atrás en el tiempo: calles sin asfaltar, pocos coches, motos y bicis por todas partes, y cuando no se va la luz, nada que hacer.

Tras tragar polvo en la capital, estábamos más por algo de tranquilidad, así que con unas motos nos fuimos a una presa cercana, en un paseo por el campo camboyano.

Junto al embalse a comer, y luego una siesta en las tumbonas, mientras Javi entretenía a los niños del lugar (es lo bueno de tener un mago en la oficina, es verdad, ¡es mago!).


Por la mañana, continuaba el viaje dirección Siem Reap, esta vez por barco. Una vieja e incómoda lancha rápida de madera en la que viajábamos más de 20.

El recorrido fue largo, siete horas de meandros y casas de pescadores en el río Sangker y en el lago Sap, donde lo más entretenido fue un hombre al agua a mitad de recorrido.



Y por fin en Siem Reap, punto final del viaje, segunda ciudad del país. Y en sus alrededores la antigua ciudad de Angkor, con sus templos perdidos en la selva, testimonio del apogeo de la civilización Jemer hace en torno a mil años. Probablemente uno de los lugares más espectaculares de Asia, aunque no haya sido incluido entre las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno (era finalista, pero en Brasil hay más teléfonos).


Pero antes de nada, tras una jornada de viaje y una buena ducha llega la cena. ¿Y qué es lo típico de Siem Reap para turistas del montón como nosotros?. La happy pizza!!!. Entre porción y porción de pizza la alegría fue llenando el ambiente de los tres viajeros. Hasta tal punto que me pasé varias horas sin dejar de reír, y sin poder articular más de tres palabras de cada frase que quería decir. Sencillamente, a mitad de frase se me olvidaba lo que quería contar. Paraba, dudaba, y cómo era tan absurdo, pues ataque de risa. Así una y otra vez, los tres sentados alrededor de una mesa, mirándonos sin poder hablar, y encadenando batidos de fruta.


La resaca del día siguiente no fue tan graciosa. Tenía el cuerpo quemado del viaje en barco (me quedé dormido en la cubierta) y empezó a doler. Además de la boca seca y un tremendo mareo. Pero no había tiempo para la recuperación, el tuk-tuk nos esperaba, y teníamos sólo un día para visitar las ruinas de Angkor.




La verdad es que la visita cumple las expectativas. Es espectacular. El enorme Angkor Wat dominando la llanura, la vegetación entrelazada en Ta Prom., los rostros de Angkor Tom… toda una colección de templos que resistieron como pudieron la caída del Impero Jemer y el posterior avance de la jungla. Y si todo ello se ve bajo los efectos de las pizzas...




Aquí, en Angkor, concluyo este viaje sur-norte por el centro del pequeño país. He tardado en ir, pero ha merecido la pena. Así doy por satisfecha mi curiosidad sobre los países que rodean a Tailandia, queda Laos, pero el tiempo me parece que no me llegará… quien sabe.