01 abril 2007

Singapur

Lo se, la actualización del blog deja mucho que desear, y lo siento por todos aquellos familiares y amigos que ven las fotos, y mucho más por aquellos que lo leen, pero es que el pico de calor ha llegado a Bangkok hace algo más de un mes, y como todo ser vivo, he procurado reducir mi actividad física y mental al mínimo.

Pero bueno, como no se puede vivir en un letargo absoluto, y el año va pasando cada vez más rápido (no dejo de pensar que "este" fin de semana crucé la mitad de mis doce meses), un finde que no tenía nada que hacer me compré un billete para Singapur, ciudad-estado al extremo sur de la península de Malasia y a no demasiados kilómetros por mar de Indonesia, de apenas 700 kilómetros cuadrados (menos que el municipio de Madrid) y más de 4 millones de habitantes, para ver si era como me lo habían contado.


Y sí, así fue, incluso más. Limpio, ordenado, bonito, recto, verde, caro (en comparación con Bangkok, por supuesto), y condenadamente artificial. Desde que aterricé un viernes por la tarde podría haber pensado que estaba en Copenhague o Estocolmo (ja, ja, nunca he estado, pero me las imagino así).

Llegué y fui directo a casa de Jose, becario de informática de Singapur, que vivía bastante cerca del centro, junto a un amplio parque, uno de los muchos repartidos por la ciudad. Entre discusiones sobre usuarios, oficinas, jefes y chinitas se hizo la hora de salir a tomar algo.


A la mañana siguiente comenzó realmente la visita a la ciudad. Comenzamos por el barrio chino. El contraste de barrio colorista de pequeños comercios y rascacielos azules al fondo era digno de foto. En Bangkok podría existir algo parecido, pero ni las pequeñas casas están limpias como recién pintadas, ni los rascacielos son tan azules como nuevos.


En todo caso, el paseo es agradable. No hay demasiados coches, se puede andar por las aceras, y no hay puestos de comida callejeros ni canales de desagüe junto a ellos que hagan que a uno de vez en cuando se le revuelva el estómago. Pero Jose decía: “Ya verás en el barrio indio”.


Del barrio chino andando tranquilamente hacia el centro de la ciudad, algo que en Bangkok no se podría hacer “tranquilamente”. Por el camino el Raffles Place (con sus enormes torres), canales (al más puro estilo Amsterdam), muchos árboles, fuentes, parques y edificios futuristas, hasta llegar, ya junto al mar, al Merlion, símbolo de la ciudad.


Ni la iglesia, ni el parlamento, ni la ópera, ni casi ninguno de los edificios de la zona centro pasarían desapercibidos. La ausencia de tráfico y de gente (es la zona de negocios de la ciudad, y al ser fin de semana está vacía) dan a todo el área una rara sensación de no-ciudad. Extraño.


Al día siguiente, tras una noche bastante larga, me esperaba la zona conocida como “Little India”. Y bueno, ya todo me resultó más acogedor. Algo de griterío, gente por las calles, puestos de fruta, verdura, flores, gente cruzando por cualquier sitio, vestidos llamativos, mezquitas, templos hindúes, budistas, algo de basura acumulada... como volver a algo parecido a casa (a Bangkok quiero decir), pero a pesar de todo, bastante más limpio que el Sukhumvit Soi 11.


Tras comer en un indio de los de verdad (parece difícil comer salsas con las manos y un cacho de masa, pero es posible) mientras sudaba la gota gorda por los picantes, llegó el momento de coger el MRT (¡que no es “Metro” mal escrito, sino “Mass Rapid Tranportation”!) y volver a casa de Jose. Un bañito en la piscina, y vuelta al aeropuerto y a Bangkok.


Había que hacer una visita a Singapur y ya está hecha. La verdad, me ha dejado bastante sorprendido. Todo tan limpio, todo tan perfecto, ideal para vivir, con parques, poco tráfico... pero para un año, me quedo con el caos, la polución, y los mercadillos de Patpong.


Singapur es algo así como la perla de China, tras haber pasado por dominación holandesa, inglesa e incluso japonesa. Con gran mayoría de población de origen chino a pesar de abundantes minorías de malayos e hindúes (4 lenguas oficiales, siendo el inglés la más ampliamente conocida), y una dura legislación migratoria (exhaustivos análisis de salud a los inmigrantes) y penal (altas multas por cosas como cruzar la calle por zonas no habilitas o comer chicle, cuya venta o introducción está prohibida en el país, o pena de muerte en temas de drogas, son varios ejemplos), además de una planificación urbanística ideal, han conseguido hacer una ciudad única en el sudeste asiático y en el mundo entero. Pero no deja de ser una ciudad que te deja una sensación extraña, como artificial, y más por estar donde se encuentra: en la parte sur del Sudeste Asiático, y entre dos enormes países musulmanes.


2 Comments:

At 10:11 p. m., Blogger martuky said...

Si que se ve limpito... vaya! que sorpresa!! y el tema de los chicles? además de sorprender...¿sabes la explicación?

 
At 3:22 p. m., Anonymous Anónimo said...

Joer Dani, qué poco te estiras... anda a ver por dónde estás en estos momentos!!!
Un saludo de un maño cequero pelín desquiciado.
Posdata: tu destino es uno de los más solicitados por mis compis de clase... qué obsesión por el sudeste asiático!!!!!
Nos vemos cuando vuelvas... o no?? :-p

 

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