18 marzo 2007

De Kanchanaburi al Desfiladero de Las Tres Pagodas

Kanchanaburi, ciudad tres horas al oeste de Bangkok, y capital de una extensa provincia que acaba en la frontera birmana, pasaría totalmente desapercibida para el mundo, de no ser por el puente y el río. O mejor dicho de no ser por la película.



En un séis plazas de Toyota, la marca por excelencia en las calles de Bangkok, salimos camino del Kwai un viernes pasado el mediodía. Para mi la tarde fueron tres horas de siesta, despertar en Kanchanaburi, buscar alojamiento, un baño en el río Kwai, una botella de Sangsom y a dormir. El viaje comenzaba al día siguiente.



El objetivo era llegar hasta la frontera con Myanmar, a través del "desfiladero de las Tres Pagodas", y a la vuelta parar en algunas cataratas, caso de Erawan. Así, sin mucho madrugar, abandonamos la ciudad del río y del puente y emprendimos camino de la frontera. Un poquito de ópera por el camino (es el precio que tiene viajar con Nino), alguna cabezadita, y alrededor un paisaje monótono y bastante plano hasta donde la neblilla debida a la quema de rastrojos nos dejaba ver. Esa sería la tónica en toda la región.



Según nos vamos acercando a la frontera, el paisaje se va haciendo más accidentado, y comenzamos a bordear un enorme embalse (Khao Laem Dam). Sin viento, sin ruido, con el agua y el horizonte que se pierden entre la niebla y la calma, y sólo algunos pueblos flotando sobre bambú y troncos surgiendo del agua que rompen la monotonía.



Tras varias horas y algunos cientos de kilómetros llegamos, casi sin enterarnos cruzamos el supuesto desfiladero (los peñones calizos y la selva apenas se podían distinguir entre la bruma), al famoso paso.



Ahí estaban, “Las Tres Pagodas”, de las que habíamos oído hablar los últimos días. Poco más de dos metros cada una, en el medio de una glorieta. A un lado la carretera que traíamos, Tailandia, y al otro, Myanmar, el puesto fronterizo. Alrededor de la glorieta, puestos que venden whisky birmano, tabaco, e incluso cartas (prohibidas al otro lado de la frontera). Y de un lado para otro, un discurrir continuo de gente, de trabajadores, de contrabandistas, de niños,... andando, en bici, en moto, en sidecar, y los menos en coche. Vamos, que más que una frontera a un país bajo embargo parecía la entrada de la feria.



Nosotros también podíamos pasar, previo pago, claro está, y yo creo que por mucho que nos hubiésemos pintado la cara, a lo birmano, los militares que dormitaban en la caseta nos hubiesen reconocido. Así optamos por la forma más económica de pisar el país vecino, acercarnos uno de los puestos que circundaban la glorieta, cruzar una puertecilla, y ya está: Myanmar, ¡3 meses depués!.



Tras la aventura de 10 segundos como ilegales, vuelta a nuestro país de acogida. Se echaba encima la tarde, y era el momento de volver por nuestro camino. A unos 20 kilómetros de la frontera, estaba Sangkhlaburi, junto al embalse. El lugar perfecto para pegarse un baño, cenar, y dormir, tras unas cuantas partidas de cartas.



Al día siguiente comenzaba el camino de vuelta, con las cascadas como atractivo. A mitad de camino, optamos por cambiar nuestra ruta, ya que la carretera ya nos la conocíamos, y sacando remiendos de varios mapas, encontramos la forma de llegar a Kanchanaburi, casi de forma paralela a la carretera, pero pasando por el camino por varios saltos de agua, para acabar en el de Erawan.



Así, con nuestro familiar, nos metimos por un camino, adentrándonos en un enorme parque natural, con las ideas muy claras. Efectivamente, tras aproximadamente media hora, llegamos a las primeras casacadas. Andando por un sendero, paralelo al arroyo, entre la densa vegetación de palmeras, helechos y bambú, apareció el salto de agua. Enorme, como unos 10-12 metros de caída, con una balsa de agua helada bastante grande abajo.



Así que al agua de cabeza, a quitarnos el recalentón del coche, y a libranos de olor a quemado (efecto de la niebla de rastrojos) que nos acompañaba desde hacía varias horas. Hacer el salto ya es otra cosa, y lo dejamos para un grupillo de tais que tomaban cervezas junto al agua. Yo con bañarme en la balsa me daba por contento.



Tras el refresco, que duró más de lo previsto, continuamos el camino. Había dos opciones, volver a la carretera, o continuar por nuestra ruta ideal por el parque natural. La ruta ideal ganó ("ideal", pero en su segunda acepción según la RAE: que no existe sino en el pensamiento), no de manera demasiado democrática, podríamos decir que gracias al voto “cualificado”.

Así continuamos, kilómetros y kilómetros de caminos, con múltiples cruces, y pasando por poblados en los que ni enseñar el mapa ni nuestras nociones de tai valían de nada. Erawan tenía que aparecer, pero no llegaba. Se fue haciendo la tarde, y estábamos totalmente perdidos. La alegría del viaje se fue diluyendo, pasando por una situación de modorra, que se fue volviendo tensa y más tensa tras las discusiones que teníamos en cada nuevo cruce.

Unos pensando en el trabajo del día siguiente (qué contarle a la jefa cuando no aparezcamos, etc.), otros con una cierta “responsabilidad” sobre esas decisiones tomadas de aquella forma poco democrática, y un tercer grupo, un poco más pasota y/u observador. Yo, la verdad, soy un pachorra (tercer grupo), así que incluso me divertía la situación, pero evitaba hacer bromas por no mosquear a nadie. La verdad, y desgraciadamente, estaba seguro de que al día siguiente estaría en la oficina, de lo que estaba también convencido es que llegaríamos muy tarde y con pocas horas para dormir. Al fin y al cabo esto es Tailandia, no el Amazonas.

En el último coche, todo-terreno, al que nos encontramos nos dijeron que continuando por el camino llegaríamos a un embalse que se podía cruzar en ferry. Y yo me reía... ¡sí!, un ferry, en Tailandia, en medio de un parque natural, tras muchos kilómetros por caminos, y a casi las séis de la tarde, cuando todo el mundo está cenando, ja!...



¡Pues ahí apareció!. Siguiendo por el camino, descendiendo hacia lo que se veía un embalse (Srinakarim Dam), girar la curva, y de repente: ¡el ferry!. En medio de la nada, abandonaba el “embarcadero” con unos cuantos coches encima. Ver para creer. Dio marcha atrás, montamos el coche, y tras unas cuantas risas y bromas sobre lo que había sucedido, y recordarnos la suerte que tenemos, en una media hora llegamos al otro lado.



Allí, una buena carretera nos esperaba, ya casi de noche. Y vuelta a Bangkok, pasando por la cataratas de Erawan, sin parar, que ya no se veía nada (teníamos como unos 70 kilómetros de desfase), por Kanchanaburi para cenar (foto obligada en el puente, que aunque no sea la construcción original, yo reconozco que soy un turista de masas), y por el Citibank, ya en Bangkok, para que el grupo americano me robe un poquito antes de dormir (me acabo de enterar que lo lleva haciendo desde hace seis meses) plácidamente en mi camita de Sukhumvit Suite.


1 Comments:

At 7:44 a. m., Anonymous Anónimo said...

Pues yo el otro día estuve buscando por Madrid los restos del extinto bar Kwai, que era algo así como Vinos Merino. Bueno, Siniestro Total le dedicaban canciones, así que sería más bien como Imperativo legal y El Trastero.
El caso es que no lo encontré, parece que es más fácil orientarse por la jungla (podrías apuntarte para la Ruta Quetzal, ya que yo no lo he conseguido).
Ah, y me han dado otra beca, jejeje, a Polonia; cerquita, para que puedas venir a verme.

Besotes. Bruno
http://www.lebruyyens.spaces.live.com

 

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