08 julio 2007

Chiang Rai

Chiang Rai, al norte del país, es una pequeña ciudad de provincias. Podría parecer similar a Chiang Mai, “capital” del norte del país, pero eso es sólo en el nombre y en la oferta de actividades al aire libre. En cuanto cae el Sol en Chiang Rai no hay absolutamente nada que hacer, que pueda ser escrito en un blog tolerado. Así, tras meternos Javi y yo al final de la tarde a darnos unos masajes, cuando salimos nos encontramos ya una ciudad vacía y oscura. Las 10 de la noche.


Mejor que mejor, porque nuestro paso por la capital de la provincia más septentrional del país era meramente anecdótico. Tampoco teníamos en mente el Triángulo de Oro, punto de unión de Tailandia, Laos y Birmania junto al río Mekong, y en su tiempo, y en parte también en la actualidad, una de las áreas con mayor producción y contrabando de opio en todo el mundo.


El objetivo era pasar un par de días de caminata por las montañas y selvas del norte tailandés en época de monzones. Yo había estado allá por febrero un poco más al sur, pero me había quedado algo defraudado. Eran ya muchos meses de monzón seco, y el bosque por aquel entonces era caluroso, seco, y no demasiado frondoso. Nada que ver con la idea de selva monzónica que yo tenía en la cabeza, y mucho menos con las selvas ecuatoriales de Borneo.


Esta vez fue diferente. Las lluvias habían comenzado en abril-mayo. El bosque había recuperado su verdor, el bambú aparecía lleno de hojas, el ambiente era húmedo, sofocante, de vez en cuando llovía ligeramente, y el denso sotobosque nos dejó empapados nada más empezar la caminata.


Antes de todo ello el guía despertándonos a las 8:00 porque íbamos tarde, un desayuno para llevar en nuestro hostal, taxi hasta el embarcadero, y allí una barca de popa larga remontando el río Kok. Por fin un momento de relax para desayunar, si no fuese por la velocidad del barco que hizo que el huevo frito de Javi acabase en mi camiseta.



Y luego andar, andar y andar. Subiendo continuamente, atravesando, saltando y cayendo en los múltiples arroyos que salpicaban el camino. Tras varias horas y habíamos ganado altitud, la vegetación era un poco menos frondosa, y llegamos al poblado donde pasaríamos la noche.

Unas cuantas chozas desperdigadas en lo más alto de una montaña, con una especie de plazoleta en medio, y casi un panel solar por choza. Era media tarde, y cerdos, gallinas y niños corrían de un lado a otro entre chaparrón y chaparrón. Uno de ellos (de los niños) jugaba con un escarabajo del tamaño de su mano, le metía en los regatos que había hecho el agua de lluvia, le ponía a subir paredes. Entretenido.


Un arroz con curry y maíz asado hizo que recuperáramos fuerzas, tirados en el pórtico de una choza. Antes de dormir un masaje a 6 manos por primera vez en mi vida. Tampoco se si era demasiado profesional, porque aunque la abuela que lo daba parecía que sabía, también había un niño quizás más interesado en andar sobre mi espalda y tirarme de los pelos de las piernas. Pero bueno, ante el precio, no podía quejarme.


Al día siguiente bastante pronto, y no habiendo dormido demasiado (los gallos llevaban dando guerra desde la 6), seguimos las ruta, todavía con las nubes mañaneras reposando sobre la selva.



Fue una ruta bonita, con mucha vegetación, arrozales, riachuelos, plantaciones de té,… muy Asia. Acabamos con un paseíllo en elefante. Ya lo había hecho y no me maravillaba, pero bueno, tuvo el aliciente de cruzar un río enorme sobre el animal.


Dando algún paseo por Chiang Rai acabó un fin de semana bastante “deportivo”, que de vez en cuando son muy bien recibidos.